La felicidad no es lineal a lo largo de la vida. Así lo reveló una investigación dirigida por el economista David Blanchflower y publicada por el National Bureau of Economic Research (NBER), que analizó datos de 130 países y descubrió un patrón sorprendente: la alegría personal comienza a descender a partir de los 18 años, alcanza su punto más bajo alrededor de los 47 y luego vuelve a crecer, hasta igualar los niveles de satisfacción propios de la niñez.
De acuerdo con los investigadores, no es casualidad que la curva descendente empiece justo en el umbral de la adultez. Con el paso de los años, se acumulan responsabilidades, decisiones trascendentales y una creciente autoexigencia, lo que erosiona el optimismo juvenil. La etapa más crítica se sitúa en la llamada crisis de la mediana edad, cuando la ansiedad, las dudas y la búsqueda de equilibrio entre lo familiar y lo personal se vuelven protagonistas.
Pero la curva de la felicidad no queda ahí. Según el estudio, después de los 50 años la satisfacción con la vida empieza a recuperarse. El secreto está en la madurez emocional: muchas personas aprenden a aceptar sus límites, dejan de perseguir expectativas inalcanzables y valoran más el tiempo de calidad, las experiencias y los vínculos.
De esta manera, la ciencia confirma que la vida emocional se parece a una U: después de atravesar un valle de incertidumbre en la adultez, la felicidad vuelve a florecer en la segunda mitad de la vida.